martes, 6 de julio de 2010

Dependencia

Ayer al atardecer durante una muestra de fin de curso de una casa de artes, observaba con gran deleite a pequeñas criaturas inquietas (niños, que les llaman), en plena ejecución de una marimba. Y también, a los llamados adultos, y más específicamente en ese contexto "padres" arruinando con su imprudencia el pulcro momento. ¡Oh! La marimba... ¡Cómo me gusta su sonido! ¡Qué entusiasmados se veían los pequeños con sus  baquetas! Todo era bella armonía, excepto cuando los imprudentes que en ese momento sólo consideré como indeseables, comenzaron a interrumpir con comentarios como:

-Escala de Fa menor, que no sé qué, ¡ash! Estos maestros no entienden que lo único que hacen de bueno es entretener al chamaco un rato, y no prepararlos para este escándalo que tenemos que soportar cada fin de curso.

¿Qué que? ¿¡Escándalo!? ¡Escándalo el de sus estruendosas voces destilando sandeces, digo yo! Y no el que creaban con esa gracia, sus pequeñuelos, que hasta transmitían el frenesí del disfrute de lo que hacían. Y más imprudencia todavía, poco rato después, con el ultraje del que los niños cuya única intención fue esmerarse para que sus padres se sintiesen orgullosos, fueron víctimas. Y es que cuando terminaron el acto, casi todos los padres bajaban del escenario a sus hijos colgando y se los llevaban cual si fueran portafolios diciéndoles:

- ¡Uy, te tardaste un montón! ¡Muévete, ya es tarde chamaco! ¡Por tu culpa me duelen los pies!

Habían suficientes butacas vacías, así que estuvieron ellos parados al pie del escenario, deduzco, por su poca falta de apreciación, que los tenía desesperados por ya llevarse a sus hijos. Pero hubo un momento, EL momento, hechizante y místico. Una madre rolliza y cachetona, le dijo a ése cándido niño que más observé durante el evento, mientras se lo llevaba casi arrastrando por el pasillo:

- ¿No te dije que te apuraras? Todavía te quedaste tocando más, pinche chamaco, ¡apúrate, ya ha de haber terminado mi novela! Te meteré a cosas de hombres como el fútbol y así me deshago de estas pendejadas.

Observé fijamente al pequeño, mi pequeño. En ese momento miré su expresión de impotencia y confusión después de tan atronadoras palabras. Pero eso cambió al pasar junto a mí, cuando él me convirtió en cómplice, a través de su mirada, del espíritu asesino que nacía en ese momento de sus adentros, uniéndose al mío ya encendido. Pero tenía que salvarlo de otra manera...

[Mi pequeño, sé paciente, la gente como tu madre entiende muy poco de lo que la música repercute en nuestros sentidos. No la mates, si no ¿qué comes después?].