martes, 2 de agosto de 2011

Átomo de verdad

Siempre te conservaste en lo más profundo de mí ser, como un pequeño espía que a la vez, manejaba mis vacilantes emociones a su antojo. Pero sólo ahí. A pesar de todo lo que dejaste en mí, sentía alivio de vivir ya en tu ausencia; dedicándome sólo a planear mi manera de salir al mundo por fin y dejarme de niñerías, a crecer. Revisaba minuciosamente ya mis opciones para inmiscuirme en serio en las cosas que me atraen más que lo que formalmente estudio. Llevaba a cabo ideas que aguardaba desde hace ya tiempo. Y lo mejor, sentía el tiempo mi aliado, haciendo lo que le correspondía: de pronto una palabra tuya ya no se encontraba vagando por mi mente, sino desprevenida y tonta, se quedaba en alguna esquina leyendo algún anuncio y se perdía; después, me daba cuenta de que el recuerdo de tu risa me había sido robado, seguramente fue el necio payaso con que tropecé un día por las calles, en venganza quizá, a que yo no le regalé en esa ocasión una sonrisa, sino una cara de insulto. Y así iba pasando, poco a poco dejaba de sentirte parte necesaria en mí. Sensación completa de plenitud, un respirar diferente. 

Y digo era, porque el regresar a tu trato cotidiano, después de muchos meses, ha hecho reducir el esplendor de esa plenitud. Todo es ahora inútil tormento. A veces, vuelve otra vez la necesidad de ti. ¡Se me está yendo el trabajo que el tiempo había ya logrado! Parece que caigo de nuevo en tus redes, pero algo no cuaja: no me veo de ninguna manera otra vez junto a ti. Sí, vuelven a mí antiguos sentimientos, pareciera que renacieran ante la convivencia contigo, pero no me llevan a pensar en otro “nosotros”, solo quedan como un incomodo traspié.

Apenas permití que te dirigieras a mí y tú, husmeaste rápidamente posibilidades, pusiste tus trampitas. No caí en eso, olvidaste con quien tratabas. Pero no desististe, y me acechaste más de cerca. En eso, lograste atacarme, pero me defendí ferozmente para escapar de ti, pero alcanzaste a rasgarme 'nuestros' recuerdos dejándome una patética herida, vengada a posteriori con mi indiferencia. Escuché muchas veces a lo lejos tus lamentos, pero no me generabas ni compasión, ¿víctima? me queda mejor a mí. Como es tu 'maña' corriste a refugiarte de nuevo en las falsas paredes que han conformado tu vida.

Te quiero, en verdad te quiero,  y sé que mi inapetencia te dolió mucho, pero entiéndeme, no podía retroceder así… quiero alzar el vuelo, encontrar y explorar mundos que me apasionan, que sé que están ahí como esperándome. Mundos que tú también gustas, pero que a diferencia de mí, no te apasionan. Pudiste ser un buen compañero en éste, mi parcial desprendimiento, pero te empeñaste nada más en darme uno de los tratos más tiernos que he conocido. No hubo más en ti. Estuviste simplemente al tanto de mis aspiraciones de manera ordinaria, no indagaste nunca en mí,  me sabías con grandes sueños y ya con eso bastaba para que siempre, a pesar de la tempestad en que vives, me mantuvieras ahí, cuidada, querida, contemplada, como cosa sublimemente intocable dentro de tu cajita de cristal. Eso me halagaba, pero alguien como yo, no podría vivir sólo de contemplación, dentro de tu eterno halago sentía la asfixia de no poder respirar nuevos aires contigo, siempre lo hacía sola, y para ti, eso estaba bien. Justo ahí te equivocaste. Y encima, un día cualquiera diste por hecho que desaparecer de mi vida era la mejor opción y dejaste lo nuestro de un tajo, sin siquiera escucharme. A pesar de la asfixia, no era ésa la opción que me proponía hacerte. Te precipitaste, y casi me matas. Pero aquí sigo.

Ahora, de un tiempo a acá, has estado intentando coser hilos sueltos, queriendo escuchar eso que en su momento no me dejaste decir, pero aunque me duele todavía un poco al pensarlo, es tarde. Más ahora que me he deshecho de suficientes ataduras que habían venido frenando este vuelo desde hace ya tiempo. Piénsame egoísta, pero sé que no lo estoy siendo, es solo sensatez. Es como elegir entre un helado hecho con chocolate, y otro hecho con kiwi y coco, o maracuyá. Tú eres sólo el de chocolate, cuyo sabor muy conocido para mí me gusta, pero no hay más. Y lo otro que me espera, ese mundo al que estoy ansiosa por inmiscuirme, es el helado hecho de las frutas que más me gustan, cuyo sabor disfruto y redescubro apasionadamente en cada ejemplar del mismo, y el que hoy prefiero. El tiempo fluye y debo terminar esta situación, pues con tu insistencia, se torna tempestuosa y no quiero odiarte. A pesar de todo, dañarte es lo último que quiero, y aunque creas que es lo que más he estado haciendo a través de mis actos, yo sólo te he sido franca pequeño. Ya todo es teatro, tú y tu pregón de tu  querer ser sincero, y yo, sabiendo que más tardas en decírmelo que en lo que vuelves a resbalar. Sinceridad para ti: montón de pedacitos de verdad camuflados con mentirillas piadosas, como todo error caído en tus manos: convertido en horror. Vaya jueguito.

No sé si decir que por desgracia o más bien por gracia corrompiste todavía a mis emociones, pues con mi naturaleza distraída de tu lado, utilizaste muy bien lo que sabes de mí (que a pesar de ser muy poco, diste en lo esencial), y heme aquí ahora, caída en la trampa más mortal que pudiste haberme colocado. La curiosidad mato al gato ¿no? Pero no me mortifica la situación. Al contrario, el panorama me ha dado un gran giro y me siento en supremacía al mirarte dar vueltas perturbado ahora que ya, en parte, me tienes de nuevo.

Y es que te das cuenta que también tú estás cazado. No te imaginas cuanto disfruto esta escena, espejito de felino atrapado. Volteas, me contemplas, y a veces tu mirada me irradia ternura, otras, una profunda aversión. Dudas de lo que hiciste, piensas en lo que te hizo volver, lo maldices. ¿Acaso no pensaste en que tu pequeña presa podría convertirse en parte de tu misma trampa, de la que tú “experto” no sabrías escapar? Al verte aquí, caído conmigo, doy un rotundo no como respuesta a ésta, mi triunfal pregunta. Veo que te esmeras por recordar el lugar donde dejaste la llave de esta jaula. Lástima, no la encontrarás, se quedó allá, lejos en el tiempo, sobre aquella mesa universal  donde yo nunca puse nada y tú me pusiste desde el principio unas cartas, cazador. Hoy, no hay más cartas, estrategias, ni llave redentora a tu alcance.

Confundido, permaneces lo más alejado posible de mí. Tu ego está más que herido, pero el mío, aunque algo doblegado, se siente invicto ante el brutal ataque que tú mismo te has proporcionado. Ahora sí siento compasión, pues te veo en un total derrumbe. Me dirijo a ti para regalarte un suave abrazo, cosa que tú, naturalmente, rechazas. No tengo de que preocuparme, sé que no soportas verme sin ti (o verte sin mí). Esperaré. ¿Ves? La angustia de tu mirada te ha delatado, y para confirmarlo te dejas venir buscando desesperadamente ese abrazo casi perdido, que lo que nunca perdió fue esperanza. Y durante el mismo, fundes en mí tu coraje, tu frustración, tus desesperados anhelos de salvación, tu felicidad. Te digo al oído que espero hayas guardado municiones. Captas mi mensaje con extrañeza, pues piensas que es la guerra y no una batalla la que estamos finalizando. Te abrazo con más fuerza musitándote al oído con cierta pena, que no pienso ir enjaulada en este tren, mi pequeño y dulce suplicio… no contigo.

Recuerda: quiero, y voy a volar.